miércoles, 18 de noviembre de 2009

LA PEREZA ¡QUÉ FLOJERA!

Hay estudiantes con gran vivacidad, adaptabilidad a situaciones nuevas o complicadas, son ingeniosos, lo que en suma denota inteligencia. Sin embargo, sus resultados escolares son mediocres o de plano desastrosos. Y la diferencia entre sus posibilidades y su rendimiento inquieta a padres y maestros; producen irritación y es motivo de que se les reprenda sin que haya mejoría notable permanente.
La explicación salvadora es adjudicarles la etiqueta de perezosos. Al hacerlo, se le atribuye toda la responsabilidad, descargando la de padres y maestros. Y es que si se atribuye su mal rendimiento a la falta de inteligencia, esw comprometer a la familia, porque ¿no se considera acaso la inteligencia como un factor más o menos hereditario? Acusarlos de tontos, equivale a acusarse a sí mismos. Que decir de los maestros; la noción de pereza en esos estudiantes les libra del conflicto de autoevaluación en muchísimos aspectos.
Por esos motivos principales es que la etiqueta de "pereza" goza de aceptación, casi incuestionable, a pesar de ser una seudoexplicación. Parece presentar la claridad de una evidencia y el sentido común no acepta mínima duda. Cuando el psicólogo no acude a esa etiqueta para intervenir, es incluso acusado de cómplice incondicional, y se le llega a tachar de un ignorante en asuntos educativos. Pero vámos cuestionando:
Hay una gran carga moral escondida en la etiqueta de "perezoso". La pereza, para empezar, figura entre los pecados capitales y es condenada universalmente. Al usar el término se pretende emitir un juicio sobre la conducta y condenarla: se desacredita, censura y avergüenza.
El enfoque moral se asoma cuando se habla de "hacer los deberes" refiriendose a las tareas escolares. Se vuelven un "deber" ( y se queda a deber) al que no se puede evadir sin culpa, aunque este desprovisto de interés, se debe realizar igual, no por gusto sino por deber.
Encontramos que el vocabulario pedagógico es muy afín con el de la moral: "faltas" de ortografía en vez de errores; "buen" o "mal" alumno; conducta "negativa". Es ejemplo de que la vida escolar es objeto constante de juicios de valor, que curiosamente no tienen en forma explícita abatir al alumno, sino que pretenden su mejoría. Cabe preguntarse si no se logra lo contrario, recordando que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.
Por el momento, ya me llegó la "pereza". Prometo entregas por capítulos.

2 comentarios:

Dulce Carolina dijo...

Es muy acertado este post, en mi vida estudiantil lamentablemente hasta la educacion media superior, siempre me base en estos juicios, que pensarian de mi los maestros,muchas veces desmotivada por sus juicios de valor, hasta que al entrar a la universidad me di cuenta de que un numero o aprobacion por parte de quien impartia la materia, no lo era todo, tenian deficiencias en la forma en que impartian clases y sobre todo incapaces de reconocer errores propios.

Everardo Esparza Huizar dijo...

¡Bienvenida!
Te prometo el siguiente capítulo.
También te leo.